Santiago Peregrino de Betanzos
(S. XIV)
ALFREDO ERIAS
Esta estatua granítica fue encontrada por don José Esmorís Rega y sus alumnos de la Escola Taller «Betanzos» el 17 de diciembre de 1992, en el nivel más bajo de los cimientos de la pared oriental del edificio llamado Antigas Escolas de San Francisco, en un cuerpo añadido a principios del siglo XIX por el costado sur. La parte principal de este edificio es lo que queda del monasterio de San Francisco que había terminado de construir Fernán Pérez de Andrade en 1387. Quizás estaba esta estatua en una de las esquinas interiores del claustro, como conocemos por otros ejemplos. Pudo haber estado anclada en la pared por la parte posterior.
En el mismo nivel había otras piezas medievales, todas ellas cubiertas por una fina capa de arena que las separaba de las piedras superpuestas que conformaban el resto de la cimentación.
Apartada quizás por su mutilación, la figura fue cuidadosamente "sepultada" como se acostumbraba a hacer con las imágenes de culto. Y, un poco antes del Año Santo 1993, como si de un milagro se tratase, ha vuelto a ver el sol y todos la podemos contemplar en la Muestra «Santiago Camiño de Europa» y, ahora, permanentemente, en el Museo das Mariñas de Betanzos.
Entre las piezas medievales que la acompañaban se encuentran elementos arquitectónicos y restos de sepulcros, correspondientes a laudas planas y datadas una de ellas en el año 1305 (la más antigua de Betanzos con fecha y la única con leyenda en latín). Había también tres trozos de la parte superior de un ajimez (conjunto de dos ventanas rematadas en arco), semejante a los que vemos en el ábside de la iglesia franciscana de alrededor de 1387.
Ejemplos de figuras similares los tenemos en las miniaturas de las Cantigas de Santa María (Alfonso X), de mediados del s. XIII, y también en el sepulcro de la catedral de León del obispo don Martín Rodríguez, fallecido en 1242, donde se nos presenta un grupo de peregrinos (uno de ellos semejante al nuestro) que muestran escudillas en la procura de comida, mientras son atendidos por piadosas mujeres de las capas altas de aquella sociedad.
Nuestro peregrino, como el de León y un mendigo y un peregrino de las Cantigas, viste una pelliza (piel, pellicia o pellizón dirían los documentos) con el pelo hacia afuera, cosa excepcional en la imagenería gallega de Santiago, aunque, como vimos, no era rara fuera durante la época gótica. Debajo de la pelliza tiene un saio largo, que también pudiera ser un brial o una garnacha, con pliegos que denotan el estilo que ya conocemos en Betanzos en las laudas sepulcrales de Nuño Freire de Andrade (en este Museo das mariñas), en el notario Joan Bonome (de la iglesia de Santa María do Azougue) o en el jurado Pedro Martiz Reimóndez (en la de San Francisco). Esto es lo que nos permite datar este Apóstolo en las décadas finales del siglo XIV.
Por atributos lleva un baculus o bordón, con cinta entrecruzada, y el Libro del Evangelio, que lo distingue como Apóstolo, de un común pelegrín. Bajo la parte superior de la pelliza, cuelga, en su costado izquierdo, una cantimplora para el vino o (si no había) para el agua, en lugar del más socorrido zurrón o de la calabaza.
V-1998